domingo, 28 de septiembre de 2025

EL VIAJE A LA ALCARRIA DE MI ABUELO 5

 El viaje a la Alcarria de mi abuelo - 5 


En marzo de 1937, la comarca de la Alcarria se convirtió en escenario de uno de los episodios más decisivos de la Guerra Civil Española: la batalla de Guadalajara. Durante varios días, la lluvia persistente anegó caminos y campos, impidiendo el avance de columnas motorizadas y dificultando los movimientos de la infantería. Pueblos como Torija, Trijueque, Gajanejos , Almadrones, y otras muchas localidades, quedaron marcadas por el estruendo de la artillería, el humo de los incendios y los combates encarnizados.
Cuando cesó el fuego, el paisaje era desolador: trincheras improvisadas, carros y camiones volcados en el barro, casas dañadas y, sobre todo, los cuerpos de quienes habían caído. Entonces comenzó otra tarea, menos visible pero profundamente dolorosa: el enterramiento de los muertos.
Se excavaron fosas comunes en distintos puntos de la Alcarria. Vecinos de los pueblos, soldados rezagados y voluntarios colaboraron para recoger cuerpos y abrir sepulturas. Los hombres del campo, acostumbrados a trabajar con la tierra, empuñaban la pala con la misma seriedad con que antes habían levantado muros o segado trigo.
Entre los muertos se encontraban milicianos procedentes de Aspe, que habían dejado su tierra natal para luchar contra el fascismo. Sus restos quedaron dispersos en diferentes cementerios y fosas comunes, unidos por un destino común y por la memoria de quienes los recibieron con respeto.
Mi abuelo fue uno de aquellos hombres que ayudaron en la sepultura. Cavó fosas, levantó montículos de tierra y colocó señales improvisadas sobre las tumbas. Sin embargo, llevaba dentro una pena íntima: su propio primo había muerto en la batalla y nunca se supo con certeza dónde reposaban sus restos. Esa ausencia de un lugar concreto donde honrar su recuerdo lo acompañó durante mucho tiempo.

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