ALOCUCIÓN 1ª
Hoy quisiera aprovechar este
momento para hacer un pequeño homenaje a las mujeres de estos hombres que yacen aquí enterrados ,
mujeres que quedaron viudas, en muchos casos muy jóvenes, y que tuvieron que
soportar durante largos años la dureza de la posguerra, marcadas por ser rojas
y con la dificultad añadida de tener que sacar adelante unos niños pequeños.
Ellas, que con total
abnegación dedicaron toda su vida a que no se notase la ausencia del padre. Y a
que la dificultad para cubrir todas las penurias, que eran muchas, no fuesen
demoledoras para sus vidas. Eran tiempos difíciles incluso para familias sin
estos problemas.
Tuvieron que hacer verdaderas
proezas para alimentar a sus hijos, para poderlos vestir decentemente, para
poderlos educar con dignidad y sobre todo y más importante si cabe, para que
tuviesen una relación normal con el resto de la gente.
Ser hijo de un rojo era un
estigma difícil de superar, pero ahí estaban las mujeres-madres-abuelas para
darles todo el cariño del mundo.
Estas fueron las mujeres que
tuvieron que ir a recocer a sus maridos asesinados, a lavarlos, arreglarlos y
después darles un digno entierro.
Estas fueron las mujeres que
sacaron adelante la generación de nuestros padres.
Estas fueron las mujeres que
se pasaron muchos años de negro, recordando a sus maridos.
PACO ALCOLEA
ALOCUCIÓN 2ª
Según algunos historiadores
el número de víctimas de la represión franquista habidos durante la guerra
civil, la posguerra y el largo franquismo fue de aproximadamente unas 190.000
víctimas en todo el territorio español.
Los asesinatos “legales” en
cumplimiento de veredictos dictados por tribunales militares, fueron muchos y
siempre auspiciados por el régimen franquista.
La represión franquista tenía
como objetivo prioritario el de atemorizar a la población española que no
comulgaba con el régimen. Vivian instalados en la impunidad que les
proporcionaba el franquismo.
Y todo esto lo digo porque a
pesar de que ya se sabe que hubieron muchos asesinatos después de terminada la
guerra, por ejemplo el de nuestros abuelos o padres, todavía hoy hay gente que
lo niega o le es indiferente sin pensar en las familias que aun buscan a sus
seres queridos en fosas comunes, y otros como es nuestro caso nos tuvimos que
conformar con visitarles y traerles flores de vez en cuando y sobretodo callar
PACO ALCOLEA
ALOCUCIÓN 3ª
LA VIDA ES UN ESTADO TEMPORAL
TESTIMONIO 1
A veces siento la terrible
sensación de que no voy a poder hacer nada para revertir esta situación
anquilosada en el tiempo del despropósito. Aunque tal vez no sea una sensación
sino una realidad de pronóstico complicado de resolver.
Hoy escribo confirmando lo
que ya de antemano presuponía desde hace tiempo. Esta mañana hemos sido
juzgados todos los de Aspe y la sentencia no ha sido nada compasiva con
nosotros, han pedido la pena de muerte para todos los allí juzgados, la
conmoción ha sido muy grande, unos se echaron a llorar, otros maldecían el
veredicto, yo por mi parte me quedé abatido y abstraído por un mar de
pensamientos que no llegaba a concretar, seguramente por lo dramático de la
situación. La boca se me quedó seca y notaba como un frío me recorría todo el cuerpo. Yo estaba sentado
en la segunda bancada de una sala pequeña en la que solo estábamos los presos,
el juez, dos abogados y cuatro guardias; ya no había nadie más, el juicio duró
muy poco parecía que todo lo tenían resuelto de antemano y que las excusas que
alguno de nosotros intentó dar, no iban a servir de mucho.
Cuando el juez dio la orden
de abandonar la sala yo me giré hacia mi izquierda para salir de allí y por
unos segundos pude ver a mi mujer y a mis hijos por una de las ventanas de la
sala, me hacían señales con la mano y mi mujer me mandaba besos, también había
familiares de los otros presos, al instante uno de los guardias empezó a
empujarnos con la culata del fusil, para que nos dirigiéramos hacia la puerta
que nos trasladaba de nuevo a las celdas, en el corto trayecto de atravesar la
sala no perdí ni por un momento la visión de mi familia, quería retener ese
instante furtivo en mi cabeza, posiblemente esa fuese la última vez en la que viese a mi esposa y a
mis hijos.
Pobres hijos míos. En lugar
de estar en casa tranquilamente jugando como su edad requiere, se encuentran aquí bebiendo la hiel
de la venganza.
.Hoy no he comido nada, y eso
que mi mujer me ha traído un paquete con algo de comida y hambre no nos falta a
ninguno.
En la celda somos seis
personas hacinadas en una pequeña estancia en la que apenas caben dos literas
de tres alturas un lavabo y un retrete, del cual emana un olor nauseabundo
aunque lo mantengamos tapado durante todo el día, en un rincón de la pieza un cajón como mesa y
una banqueta, en la cual me encuentro yo ahora sentado escribiendo. Escribo
rápido, porque a las nueve apagan la luz y ya falta muy poco.
Aquí se pasa mucho frío, solo
tenemos una manta raída y andrajosa y andamos tapados con ella durante todo el
día, a la hora de dormir, por la noche, se hace más insoportable el frío porque
entre otras cosas la única ventana que tenemos en la estancia no se puede cerrar.
Aunque nosotros tenemos un modo de procurarnos algo de calor, en cuanto los
guardias pasan por las celdas y hacen el recuento, nos instalamos los seis en
tres literas y con el calor de nuestros cuerpos hacemos algo más soportable la
noche.
De los seis que estamos en la
celda tres somos de Aspe Miguel Cremades que es tío mío, Jerónimo Martínez “Jeromico” como le llamamos nosotros
y yo, otros dos son de La Romana Antonio y Julián ambos hermanos, Julián que es
el mayor cuida mucho de su hermano enfermo de tuberculosis al cual le niegan la
enfermería en donde estaría mucho mejor atendido que en este antro. Y el último
es Víctor Amorós maestro de escuela y gran amante de la poesía con la cual nos
deleita de vez en cuando, haciéndonos más soportable nuestra reclusión, también
nos asiste con nuestras cartas a la hora de escribirlas o leerlas.
Al fin y al cabo, por lo
menos entre nosotros intentamos cuidarnos, llevarnos bien y en todo lo posible
levantarnos la moral que principalmente es lo más complicado y al mismo tiempo
lo más importante, la dignidad de cada uno de nosotros es la dignidad de todos
los que estamos aquí confinados.
Si no fuera por lo dramática
que es esta situación diría que es hasta ridícula. De los tres de Aspe que
somos aquí ninguno intervinimos en los hechos de los que se nos acusa. La sola
presencia ese día en aquel lugar ha bastado para condenarnos a muerte sin
paliativos.
Acaban de apagar las luces,
otro día que se nos va.
Francisco Alcolea Cremades
Alicante. Viernes 2 de Abril
de 1941
Paco Alcolea
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